Ruly es sencilla, tiene una mirada directa, franca, cálida y una sonrisa que invita a conversar.
Se llama Ana Tomasa Gimenez, tiene 48 años y vive en el Barrio Avenida, allí todas la conocen como “La Ruly”. Cuenta que su familia es muy devota de San Gil pero que ella se acercó a él hace 9 años cuando su hija, que tenía 17, fue operada de un ovario y los médicos le diagnosticaron un cáncer que no le permitiría tener hijos.
Relata que “la noticia me desvaneció, y le pidió a San Gil y a Santa Rita que iría caminando si cuando le hacían un estudio no le salía nada”. Luego tuvo que cumplir con su promesa porque, en el nuevo estudio que le hacen a su hija, los niveles habían disminuido considerablemente. Además, unos años más tarde, su hija le dio tres nietas. Dice que luego de ese año, siguió yendo a San Gil sólo para dar gracias.
Ruly recuerda que el primer año que fue a la procesión no podía llegar y que sus hermanos la hicieron llegar en bicicleta. Cuenta que hace unos años que ya no camina la procesión pero que no quiere perdérsela por nada del mundo y que “sale el día 24 de Agosto a las 3 de la madrugada con su hermano, Antonio, y preparamos las camas, el mate, agua caliente, café para los chicos del Barrio Avenida a medida que van llegando”.
“Ahora creo más en San Gil porque es algo que no se puede explicar”, señala, “llego a la capilla de San Gil en Sacha Pozo, entro de rodillas a la capilla y me emociono, es un sensación que me sube por el cuerpo hasta las pelos”.
Ella dice que la llegada el 24 de Agosto totalmente diferente a la llamada Fiesta Grande del 1ero de Septiembre. Siente que “el 24 es más emocionante, los promesantes tocan el bombo de un modo especial. He visto lagrimear a varios hombres” relata.